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Por Guillermo Alfieri*
Crónicas en Claroscuro
 
En medio del marasmo

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Fecha:21/04/2016 9:54:00 
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La estupidez tiene pantalla. Lo confirmó la panelista que le preguntó a la mamá si estaba enojada con su hijo en riesgo de muerte, por haber ingerido droga ilegal en la trágica velada, desarrollada en la zona de la costanera porteña. La mujer respondió con urbanidad, que en la instancia límite no podía pensar en otra cosa que no fuera la reacción favorable del jovencito de 17 años. La responsable del inquisidor interrogante, quedó descolocada, con un leve rubor en la mejilla. Por mi parte, busqué en la biblioteca el libro Esperando (Cartas a mi hijo) , de Hugo Ditaranto.

Esther y Hugo formaron pareja cuando tenían hijos de respectivos matrimonios anteriores. Juntos procrearon a Tomás, que se mantuvo como el menor de la familia ensamblada, con los tuyos, los míos y el nuestro. Habitaban un importante departamento, que había sido de Conrado Nalé Roxlo, con vista, desde el quinto piso, al parque Rivadavia, hermoso espacio verde de Buenos Aires. La vivienda era de puertas abiertas para los amigos.
Allí se crió Tomasito, con ejemplares padres docentes, con la creación artística como elemento formador. El problema incubó en su adolescencia y tardó en manifestarse. Tomasito se autoincomunicó. No hablaba. No escuchaba. Rechazaba el tratamiento. En la forzada abstinencia, la agresión era su descarga. Hugo le escribía mensajes, que no eran leídos.

Los hijos se drogan y los padres no lo saben. Un día alguien lo dice, lo sugiere, se descubre y se niega, porque es como si el mundo se cayera encima de nuestra alma, es un enorme peso, insoportable (…) Es el horror, pero rodeado de un amor inmenso. Habitará la casa una locura inconfesable. El destino de toda una familia es el destino del enfermo. No hay más paz, ni alegría. Una sombra arremete contra el alma de todos. No se puede ser feliz. Es vivir en un campo de exterminio y nadie quiere volver a esos lugares y encima sonriendo (…) Nadie tiene una receta, nadie está eximido, nadie puede estar ausente del dolor.

El insomnio se prolongaba. A veces, porque al amparo de la noche había que concurrir a lugares sórdidos para pagar cuentas y apaciguar las amenazas de ajustar cuentas con violencia. Robar, vender lo que no es suyo, burlar la confianza de terceros es propio de la enfermedad. Sin voluntad de atenderse, la asistencia terapéutica fue inútil, individual y colectiva, con espejo o sin espejos. Hugo se desgarraba.

Hijo, estoy desesperado, preocupado, desamparado (…) Ya no sé cómo hablarte, qué decirte para que reflexiones. Yo sólo manejé en mi vida palabras y sentimientos. Es lo único y mejor que puedo darte (…) Quizá conozca lo que te pasa. La adolescencia es una etapa bella, pero de intranquilidad y de dudas. Uno quisiera salvar al mundo y éste parece sordo, mudo, inconmovible. La soledad a tu edad hace estragos. Nos parecemos. A tu edad me pasaba lo mismo (…) Son las tres de la mañana y la incertidumbre me devora. Así son mis noches y mis días. Sólo sé que mi destino está pendiente del tuyo. Somos dos personas y somos una al mismo tiempo.

Fue una madrugada que Esther vio a Tomasito leyendo una carta de su papá. Corto lapso después, anunció que encararía el tratamiento, en un servicio público ubicado en el Gran Buenos Aires. Primero internado, luego ambulatorio. Estricto en las normas. Nada de llaves, cero de teléfono, siempre acompañado, hasta para ir al baño de un bar. Nada de dinero, por un largo tiempo. Esperando (cartas a mi hijo) editado en 1993 se cierra con un texto de Tomás Ditaranto.

Papá: las tinieblas me volvieron indiferente, soberbio, autosuficiente, pero lo que más me preocupa es bajarme de todos los caballos que lo van metiendo a uno en las tinieblas. Ahora, desde la humildad de un tratamiento que hago, fundamentalmente por mí, por mi estima como ser humano, quizá pueda contestarte tantas cartas sin respuestas (…) Quiero volver nuevo y otro, ser valorado en mi nueva alma y envase volver a la alegría del encuentro. Se sufre mucho sin caminos (…) Aquí estoy, aprendiendo a compartir, a ayudar y a pedir ayuda, a valorar el esfuerzo de ustedes y el mío. Es como ver de nuevo y educarse otra vez. Quiero que borres, como el agua, todo el dolor que vivimos y que volvamos a encontrar nuestros pasos, esos que nunca tendrían que haberse separado.

Esther y Hugo nunca volcaron un reproche sobre Tomás, aunque en la terapia agotaron hasta el departamento mirador del parque Rivadavia. Los responsables son otros, señalados por los Ditaranto.

Si hay inocentes en esto de la droga son los jóvenes. Los culpables están en las redes de un gran negocio en el que entran policías, malos funcionarios, los hijos de puta, para los que el fin justifica los medios. En una palabra, los cómodos de siempre, los sin escrúpulos, los bellos indiferentes de las tapas de las revistas, los insoportables soberbios que aparecen siempre en primera fila. Sí hijo, son la basura de la raza humana.

*Periodista - Escritor
Publicado el 21 de abril de 2016
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