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Por Guillermo Alfieri*
Crónicas en Claroscuro
 
Apuntes sobre la figura de Arturo Umberto Illia

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Fecha:02/07/2016 14:06:00 
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Se habló del doctor Arturo Umberto Illia, al cumplirse medio siglo del golpe militar, que lo expulsó de la presidencia de la Nación, el 28 de junio de 1966. Con razón, se elogia su condición de hombre decente y apacible, integrante de la clase media moderada, nacido sin lujo y muerto sin riqueza. El mérito asignado no alcanza para explicar la acción reaccionaria, a bayoneta calada. Tampoco agota el tema la caricatura el gobernante-tortuga, creada por el dibujante Landrú, con regocijo opositor. El origen y las circunstancias de la interrupción del mandato del doctor Illia, exceden el recorte sesgado de su calidad de buena persona.

Las fuerzas armadas voltearon del poder a Juan Domingo Perón, el 16 de setiembre de 1955, El retorno a las bases de tropas castrenses se demoró casi dos décadas. Censuraron, proscribieron y asesinaron. Condicionaron las elecciones de 1958, 1963 y 1973. Eyectaron de la Casa Rosada a Arturo Frondizi y a Arturo Illia. Las aparentes salidas institucionales fueron fachadas de procesos amañados, con conatos de conflictos internos en el ejército, representados en bandos de “azules” y de “colorados”.
Las fuerzas políticas partidarias se fracturaron. Apareció el neoperonismo y se dividió la Unión Cívica Radical. Sectores gremiales visitaban cuarteles. Álvaro Alsogaray imponía la consigna “hay que pasar el invierno”, como ministro de economía. Jefes militares se vestían de civiles para concurrir a las urnas. En montes norteños se advertía la presencia de grupos irregulares armados. En 1963, el patético títere manejado por el facto, José María Guido, convocó a comicios.

En las secuencias previas al armado de las listas, se daba por hecho que Ricardo Balbín encabezaría la de la Unión Cívica Radical del Pueblo, como en 1958. Por razones no explicitadas el pronóstico falló y la convención proclamó la fórmula Arturo Illia-Carlos Perette. Desde el exilio, Perón remitió la consigna del voto en blanco y quedaron como principales competidores Oscar Alende, por la Unión Cívica Radical Intransigente, y el general Pedro Eugenio Aramburu, por la Unión del Pueblo Argentino.
A la hora del escrutinio, el resultado fue el siguiente: Illia el 25,15 por ciento de los sufragios en blanco, el 19,4 por ciento Alende el 16,4 Aramburu el 13,8 por ciento. En las provincias, las tendencias neoperonistas acumularon el 24 por ciento. En la Cámara de Diputados, la UCRP sólo ocuparía 72 de las 192 bancas. A los 63 años de edad, con su cabello blanco y vestido con traje de calle, el doctor Arturo Umberto Illia asumió la presidencia de la Nación, el 12 de octubre de 1963.

Illia nació el 4 de agosto de 1900 en Pergamino, cabecera de una zona bonaerense, con rendidora actividad agropecuaria. Estudió medicina y prefirió instalarse en Cruz del Eje, ciudad del norte cordobés. Sus biógrafos más esmerados niegan que la ingenuidad tuviera cabida en su manera de ser. Se movió con soltura en un partido que, en Córdoba, reconocía el liderazgo de Amadeo Sabattini. Fue senador provincial, vicegobernador y diputado nacional. Durante 32 meses se desempeñó como habitante principal de la Casa Rosada.
Los militares se mantenían al acecho el peronismo no le perdonaba que se beneficiara electoralmente con la proscripción. La región latinoamericana era blanco de la guerra fría el mitológico “avión negro” surcaba el cielo, como preanuncio de un viaje de retorno de Perón, que con la colaboración de Brasil, el gobierno de Illia frustró en 1965. En el cuerpo social, encalleció el magno derrocamiento como uso y costumbre, desde el 6 de setiembre de 1930.
Illia emprendió la ofensiva, para cumplir sus compromisos proselitistas y demostrar firmeza en la gestión. El 14 de octubre de 1963 levantó la proscripción del peronismo y del Partido Comunista. En los días siguientes aceleró la marcha. Envió al Congreso el proyecto de ley para establecer el salario vital, mínimo y móvil. Anuló los contratos petroleros suscriptos por Arturo Frondizi y puso en jaque a los grandes laboratorios farmacéuticos, con normas estrictas para fabricar medicamentos y ponerles precio. Soportó las presiones del Club de París y del Fondo Monetario Internacional. Como frutilla de la torta, hizo incorporar en el Código Penal el artículo que condena el enriquecimiento ilícito y criticó la invasión de Estados Unidos a la República Dominicana.

A Arturo Illia, lo vi de cerca una vez en la vida, de pura casualidad. En una angosta vereda de esquina porteña, caminábamos con un grupo de amigos y casi chocamos con tres personas. Nos pedimos mutuas disculpas. Ellos siguieron su camino y nosotros permanecimos inmóviles. Una de esas personas era el presidente de la Nación, en su caminata nocturna, como un ciudadano más. El mismo que le recomendaba a los corresponsales extranjeros, que alguna vez viajaran al interior para conocer a la Argentina real.
Voté en blanco en aquellas elecciones de 1963. No me gustó que Perón, desde el exilio, celebrara la caída de Illia: “El golpe de Estado es la única salida para acabar con el régimen corrupto imperante en los últimos tres años. Onganía es un brillante soldado”. El tiempo suele permitir afear o embellecer lo ocurrido. Para el premio Nobel, doctor Federico Leloir, el gobierno de Illia brindó a la Argentina “una brevísima Edad de Oro en las artes, la ciencia y la cultura”. Son opiniones. Lo que Illia no merece es la mirada fugaz y restringida de su obra y de su vida, que acabó el 18 de enero de 1983, en un hospital de Córdoba.

*Periodista - Escritor
Publicado el 01 de julio de 2016
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