Procedimiento de la Justicia en el convento de Nogoyá por denucnias de torturas
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El caso se inició a partir de una publicación en el quincenario Análisis
Procedimiento de la Justicia en el convento de Nogoyá por denucnias de torturas
 
Ver imagen En el operativo realizado en un monasterio de carmelitas descalzas fueron secuestrados “elementos de tortura y autoflagelación”, informó la Justicia, que intervino tras una investigación sobre maltratos físicos y psicológicos.

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Fecha:26/08/2016 9:02:00 
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El monasterio de las carmelitas descalzas de Nogoyá, a 100 kilómetros de Paraná, fue allanado desde la madrugada en busca de elementos de tortura, luego de que la revista entrerriana Análisis publicara que las monjas del establecimiento padecen “torturas psicológicas y físicas, todo a la vista de las autoridades de la Iglesia”. Ayer por la tarde, mientras el operativo continuaba, el fiscal a cargo de la investigación, Federico Uriburu, informó que fueron hallados “ciertos elementos de tortura y autoflagelación”, como látigos y cilicios. El arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, se declaró “perplejo” por la noticia, y protestó porque “ante una denuncia de una revista ya se allana un convento como si fueran vendedores de droga”, cuando “podía ir el fiscal a tocar timbre y actuar de una manera más pacífica”.
Inicialmente, la Superiora del convento “resistió el ingreso de los funcionarios judiciales y policías, que tras unos minutos lograron forzar la puerta”, informó el fiscal Uriburu. Aunque “no hubo necesidad de revisar cada cuarto, porque se aportaron en forma voluntaria una cantidad de silicios y látigos, pequeñas fustas de unos 40 centimetros”, el operativo –que había comenzado en la madrugada– continuaba durante la tarde, con la revisación de las habitaciones de las internas.
La intervención judicial sucedió luego de que la revista Análisis publicara una investigación en la cual aseguró que las monjas del monasterio de la Preciosísima Sangre y Nuestra Señora del Carmen padecen maltratos físicos y psicológicos. “Nunca pudieron abrazar a un familiar. Tampoco darle la mano. Una de ellas no pudo ver a su padre por diez años, porque se había divorciado de su madre y por ende era ‘un pecador público’. Nunca se pueden mirar a un espejo porque es símbolo de ‘vanidad’ y si alguna de ellas intenta ver su reflejo en el vidrio de alguna ventana, habrá un inmediato castigo. Hubo veces que solamente se podían bañar una vez cada siete días. Las carmelitas descalzas del convento de Nogoyá vienen sufriendo torturas psicológicas y físicas, todo a la vista de las autoridades de la Iglesia que una vez más, han decidido no intervenir.”
Durante el allanamiento, luego de que las monjas aportaran voluntariamente fustas y cilicios a los funcionarios judiciales y los policías del grupo de Operaciones Especiales de la provincia –que estaban acompañados, además, por la comisión del delito de privación ilegítima de la libertad agravada de la Justicia de Nogoyá–, la investigación avanzó sobre las habitaciones. Luego de las que ocupan las internas, informó Uriburu, revisaron otra habitación en la que había una “gran biblioteca con numerosos libros de teología y religión pero no hay manuales o libros sobre la instrumentación de prácticas de tortura”.
Mientras tanto, las monjas eran “revisadas de a una por el médico de policía” pero de manera “muy superficial”, en gran parte porque había “ bastante resistencia de parte de la Superiora”.
La intervención judicial provocó protestas por parte del arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, quien fue entrevistado por la Radio Corazón. El jerarca eclesiástico dijo estar “perplejo por la noticia”, de la cual se enteró por la mañana, cuando “llamaron las hermanas hoy temprano con la noticia de que habían allanado el convento”. Puiggari criticó la respuesta de la justicia, que “ante una denuncia de una revista ya se allana un convento como si fueran vendedores de droga. Hay instancias de diálogo que son mucho más fáciles. Podía ir el fiscal a tocar timbre y actuar de una manera más pacífica”, advirtió.
El arzobispo aseguró, además, que “la vida de las carmelitas es muy exigente”, que son monjas que “viven una vida austera y de oración”. De todos modos, advirtió, “si hay que corregir algo, se corregirá”. Puiggari también recordó que, aunque el monasterio de la orden depende del Vaticano y cuentan con la protección del obispo, su vida cotidiana se rige por un reglamento vigente a nivel mundial, que fue aprobado por Juan Pablo II.
Por su parte, el vocero del Arzobispado, Ignacio Patat, aseguró que los cilicios y las fustas hallados forman parte de “la manera de la vida de la disciplina” de las carmelitas. El monasterio “se rige por la Regla de Santa Teresa, con la vieja manera de vivir de las Hermanas Carmelitas, que aunque para el lenguaje social puede sonar a castigo, en la regla interna es la manera de la vida de la disciplina y están permitidos”, señaló. Por eso, para Patat, lo que suceda puertas adentro del convento no sería pasible de denuncias de “castigos ni de torturas, las reglas del monasterio hablan de elementos de disciplina personal”. Patat precisó, además, que Puiggari conocía la vida interna del lugar, porque “ha hecho visitas pastorales desde julio a la fecha”.

Las reglas del monasterio
En el monasterio de Nogoyá viven 18 monjas, la mayoría de las cuales ingresaron como novicias con 18 años, aunque algunas lo hicieron con 16. Ninguna de ellas tiene contacto fluido con sus familiares, que tampoco conocen los detalles de la vida cotidiana puertas adentro, por un pacto de confidencialidad. De acuerdo con la investigación de Análisis –a partir de la cual la fiscalía a cargo de Uriburu intervino de oficio, por sospechas de privación ilegítima de la libertad agravada–, las monjas deben autoflagelarse todas las semanas, “como práctica habitual” y “pegándose en las nalgas con lo más parecido a un látigo, pero con varias puntas y durante 30 minutos”. Además, es habitual el castigo de “vivir a ‘pan y agua’ durante una semana”, usar el cilicio en las piernas “por varias jornadas” o llevar “una mordaza en la boca, durante las 24 horas y por espacio de siete días”.
De acuerdo con la investigación periodística, cuando un familiar acude a visitar a una monja, siempre debe haber otra religiosa “‘de testigo’ para escuchar lo que se habla, y no se permite conversar de ‘cuestiones mundanas’”. Cada carta que llega al establecimiento es abierta y leída antes de llegar a su destinataria, y “también se controlan las correspondencias que salen”. Además, ninguna de las internas puede tomarse una foto con sus familiares “porque con la imagen ‘pueden hacer alguna brujería’”.
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