Historias de personas LGBTI que huyen de Rusia y encuentran asilo en Argentina
Históricamente, la población LGBTQ en Rusia ha sido blanco de todo tipo de ataques y desafíos legales y sociales por parte del Estado. A fines de 2022, en plena guerra contra Ucrania, muchas personas de la comunidad vislumbraron la última para exiliarse. La Argentina es desde entonces uno de los destinos predilectos de esta ola inmigratoria en busca de refugio.
Fecha/Hora: 24/09/2025 08:19
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En diciembre de 1917, en el amanecer de la Revolución de Octubre, Rusia experimentó su propia revolución sexual al convertirse en uno de los primeros países en despenalizar las relaciones sexuales entre varones. Los primeros registros de criminalización de la homosexualidad datan de 1716, como parte de un esfuerzo del zar Pedro I el Grande por modernizar el Imperio Ruso según los estándares occidentales. A tal fin, se prohibió la sodomía en el ejército, y la restricción se extendió al resto de la población de la mano del zar Nicolás I en 1832, con pena de exilio en Siberia.
Bajo el poder de Stalin, la Unión Soviética volvió a penalizar la homosexualidad mediante un decreto firmado en 1933: los varones serían enviados a prisión y las mujeres, a instituciones psiquiátricas. Tras la muerte de Stalin, hubo mayor flexibilidad respecto a la sexualidad, pero la homosexualidad siguió siendo ilegal y recién en 1999 dejó de considerarse una enfermedad mental. Sin embargo, esto no impidió la formación de la Alianza de Gays y Lesbianas de Moscú en 1980 ni la impresión de Tema, el primer periódico gay de Rusia. Incluso el presidente Boris Yeltsin firmó un decreto en 1992 para derogar las leyes anti-homosexuales.
En 2003, 2004 y 2006 hubo intentos de prohibir la “propaganda homosexual” en Rusia, pero cada uno fue rechazado por el gobierno, ya que violaban la Constitución y la Convención Europea de los Derechos Humanos. En 2007, las ONG Human Rights Watch e International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association alertaron sobre el aumento de crímenes de odio contra la población LGBTQ en Rusia, la censura en los medios y la persecución de las disidencias. En 2011, la Iglesia ortodoxa rusa presentó al Concilio Europeo un reporte “acerca del derecho a evaluar críticamente la homosexualidad y las restricciones legales a la imposición de la misma”, un ataque directo a los derechos de la comunidad.
En 2013, se criminalizó federalmente la “propaganda homosexual” y los ataques homofóbicos se multiplicaron: aumentó la represión y las organizaciones LGBTQ que recibían fondos internacionales fueron etiquetadas como “agentes extranjeros”. Según la ONG Human Rights First, todo esto ocurrió tras las protestas que comenzaron en 2011 en respuesta al presunto fraude electoral y continuaron en 2012 y 2013. En su opinión, Putin empezó a oponerse abiertamente a los derechos de las personas LGBTQ para fortalecer su imagen e influencia, y para distraer la atención de otros problemas.
A pesar de la despatologización de la homosexualidad en 1999, el ejército ruso siguió considerándola una enfermedad mental y, por ende, un impedimento para sumarse a sus filas. En 2003, un nuevo estatuto militar estableció que las “personas con problemas con su identidad y preferencias sexuales” podían ser reclutadas durante tiempos de guerra.
Aunque el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania comenzó en 2014, el conflicto se recrudeció considerablemente en febrero de 2022 con la invasión rusa. A pesar de las condenas internacionales y las sanciones que afectaron la economía mundial, Putin no se echó atrás y, en septiembre del mismo año, decretó que cualquier persona que se resistiera a ser reclutada sería castigada con 10 años de prisión. Así comenzó una diáspora de la comunidad LGBTQ. Uno de los destinos fue la Argentina.
Nuestro país alberga la mayor comunidad rusa en América Latina, y su tradición inmigratoria se remonta a fines del siglo XIX y principios del XX. Durante ese período, llegaron unos 160 mil rusos, que se convirtieron en la cuarta migración más importante que recibió la Argentina, luego de la italiana, española y francesa. El flujo migratorio tuvo otros picos durante la Segunda Guerra Mundial, en los años posteriores y en la década del ’80, como consecuencia de la Perestroika. Sin embargo, a partir del conflicto con Ucrania, desde 2022, la movilización creció exponencialmente.
Los atractivos de Argentina son múltiples: una comunidad histórica ya afincada, la generosidad institucional, la fortaleza del pasaporte ante estándares internacionales y un tipo de cambio (en ese entonces) conveniente. Esta última ola tuvo dos particularidades: el famoso ingreso de mujeres embarazadas y la llegada de población LGBTQ en busca de refugio.
Antes de venir, la sensación de Nikolai (25) en Rusia era de peligro diario. Por un lado, debido a los discursos de odio homofóbicos instalados por el gobierno, que podían desencadenar violencia callejera. Por el otro, a causa de la movilización militar nacional para reclutar hombres jóvenes al ejército. “Mi novio sentía mucho peligro en Moscú porque, como es la capital, está todo muy controlado”, recuerda. “Pasamos un par de días pensando qué hacer y una tarde decidimos que había que salir. Al otro día, nos levantamos muy temprano y el padre de mi novio nos ayudó a salir de Rusia en auto”.
La alta demanda de pasajes hizo que subieran los precios y muchas personas decidieron cruzar caminando a Kazajistán, Uzbekistán o Georgia, pero todas las fronteras estaban colapsadas. Además, pronto llegaron militares para controlar quiénes pasaban y si debían ser reclutados. “Nosotros salimos a Bielorrusia, un país donde tampoco nos sentíamos seguros porque Lukashenko es amigo de Putin”, afirma Nikolai. “Aprovechamos para buscar pasajes accesibles, pero todos los vuelos estaban vendidos, y no tuvimos más opción que ir a Georgia, donde nos quedamos cinco meses”.
Allí comenzó a pensar en su futuro, sus estudios y trabajo, y recordó la recomendación de un amigo argentino. “Empezamos a investigar y ya había mucha información porque mucha gente rusa se había mudado a Argentina”, cuenta. “Nos preparamos bien: hicimos un pasaporte nuevo, trajimos nuestros diplomas y otros documentos importantes”. Aunque llegaron más tarde, lo hicieron bien preparados.
La salida de Dimitri (29) también estuvo motivada por la guerra. “Se debió a un momento específico: cuando Putin anunció la movilización militar para reclutar varones al ejército ruso”, asegura. “Me di cuenta de que aunque dijera que no, el gobierno podía obligarme a ir a Ucrania a matar gente. Y ese fue mi límite”. Aunque lo veían venir, no estaban preparados psicológicamente. Buscaron vuelos, pero minutos después del discurso de Putin, todo estaba reservado.
Finalmente, consiguieron uno a Uzbekistán. Durante la preparación, el mayor estrés de Dimitri fue que su madre no sabía que su “amigo” era en realidad su pareja. “Le mentí por años y, aunque me ayudó con todo, fue muy estresante”, confiesa. Al salir del país, fue interrogado por un oficial. “Me preguntó por qué viajaba, le mostré mis papeles, se los llevó y me dejó solo. No sé cuánto tiempo pasó, pero finalmente pudimos salir”.
La experiencia en Uzbekistán no fue fácil. Como Bielorrusia, es un país conservador y Dimitri y su pareja enfrentaron la misma hostilidad. Poco después se mudaron a Estambul, el único destino disponible. “No había muchas opciones”, explica. No podían ir a Europa ni querían ir a Asia. “Argentina era la mejor opción: accesible, amigable con personas LGBT y con posibilidad de residencia permanente”. Se quedaron en Estambul dos meses y en diciembre de 2022 llegaron a Argentina.
La llegada de Guzel (41) con su esposa y su hijo fue menos estresante. “Dejamos Rusia en octubre de 2022”, recuerda. “No queríamos vivir en un país que inicia guerras. Esta vez el gobierno superó incluso nuestras peores expectativas”. Conocían desde hacía años las historias de chicas que habían venido a Argentina y decidieron investigar. Les atrajo que no necesitaran visa, la buena legislación para refugiados, el clima y la gente amable. Compraron pasajes para julio, pero los pospusieron para ver a sus familias antes de irse. Su hijo, de casi siete años, debía empezar la primaria y temían por cómo sería recibido al contar que tenía dos madres. “En Rusia ya no podíamos sentirnos seguras, ni siquiera en Moscú”, lamenta.
Tanto Guzel como Nikolai y Dimitri solicitaron estatuto de refugiadxs. Para ello, deben completar un formulario, presentar un documento de identidad y asistir a una entrevista. Aunque el trámite parece simple, puede demorar años. Guzel obtuvo el reconocimiento tras tres años de espera, pero Nikolai y Dimitri aún están esperando.
A pesar de eso, encontraron en el país algo más valioso: una comunidad y la libertad de ser quienes son. “A veces me agarra tristeza”, reflexiona Nikolai. “Ver una pareja de homosexuales tomados de la mano me pone feliz y triste al mismo tiempo. En Rusia eso es inimaginable”. En cambio, Dimitri encontró acá la vida social que allá era imposible. “En Rusia todo era clandestino. Acá descubrí un sentido de pertenencia”.
Para Nikolai y Dimitri, Argentina es su destino final. Están echando raíces. Para Guzel, el futuro es más incierto. “No estamos seguras por la situación económica”, confiesa. “Mi esposa abrió un restaurante, pero ahora muchos rusos están dejando el país por la nueva ley migratoria, y ellos eran nuestros principales clientes. No sabemos qué va a pasar”.
Desde el comienzo de esta ola inmigratoria en 2022, la situación de las disidencias sexuales en Rusia siguió empeorando. En noviembre de 2023, el Tribunal Supremo prohibió el movimiento LGBT y lo declaró “una organización extremista” por incitar a la “discordia social y religiosa”. Según la legislación rusa, una organización extremista se disuelve inmediatamente, y sus líderes pueden enfrentar hasta 10 años de prisión. El diputado Vitaly Milonov, del partido gobernante, declaró: “Estoy deseando dar el siguiente paso: prohibir la bandera arcoíris. Es un símbolo de lucha contra la familia tradicional. Espero que nadie pueda mostrar esta bandera en Rusia”.
Bajo el poder de Stalin, la Unión Soviética volvió a penalizar la homosexualidad mediante un decreto firmado en 1933: los varones serían enviados a prisión y las mujeres, a instituciones psiquiátricas. Tras la muerte de Stalin, hubo mayor flexibilidad respecto a la sexualidad, pero la homosexualidad siguió siendo ilegal y recién en 1999 dejó de considerarse una enfermedad mental. Sin embargo, esto no impidió la formación de la Alianza de Gays y Lesbianas de Moscú en 1980 ni la impresión de Tema, el primer periódico gay de Rusia. Incluso el presidente Boris Yeltsin firmó un decreto en 1992 para derogar las leyes anti-homosexuales.
En 2003, 2004 y 2006 hubo intentos de prohibir la “propaganda homosexual” en Rusia, pero cada uno fue rechazado por el gobierno, ya que violaban la Constitución y la Convención Europea de los Derechos Humanos. En 2007, las ONG Human Rights Watch e International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association alertaron sobre el aumento de crímenes de odio contra la población LGBTQ en Rusia, la censura en los medios y la persecución de las disidencias. En 2011, la Iglesia ortodoxa rusa presentó al Concilio Europeo un reporte “acerca del derecho a evaluar críticamente la homosexualidad y las restricciones legales a la imposición de la misma”, un ataque directo a los derechos de la comunidad.
En 2013, se criminalizó federalmente la “propaganda homosexual” y los ataques homofóbicos se multiplicaron: aumentó la represión y las organizaciones LGBTQ que recibían fondos internacionales fueron etiquetadas como “agentes extranjeros”. Según la ONG Human Rights First, todo esto ocurrió tras las protestas que comenzaron en 2011 en respuesta al presunto fraude electoral y continuaron en 2012 y 2013. En su opinión, Putin empezó a oponerse abiertamente a los derechos de las personas LGBTQ para fortalecer su imagen e influencia, y para distraer la atención de otros problemas.
A pesar de la despatologización de la homosexualidad en 1999, el ejército ruso siguió considerándola una enfermedad mental y, por ende, un impedimento para sumarse a sus filas. En 2003, un nuevo estatuto militar estableció que las “personas con problemas con su identidad y preferencias sexuales” podían ser reclutadas durante tiempos de guerra.
Aunque el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania comenzó en 2014, el conflicto se recrudeció considerablemente en febrero de 2022 con la invasión rusa. A pesar de las condenas internacionales y las sanciones que afectaron la economía mundial, Putin no se echó atrás y, en septiembre del mismo año, decretó que cualquier persona que se resistiera a ser reclutada sería castigada con 10 años de prisión. Así comenzó una diáspora de la comunidad LGBTQ. Uno de los destinos fue la Argentina.
Nuestro país alberga la mayor comunidad rusa en América Latina, y su tradición inmigratoria se remonta a fines del siglo XIX y principios del XX. Durante ese período, llegaron unos 160 mil rusos, que se convirtieron en la cuarta migración más importante que recibió la Argentina, luego de la italiana, española y francesa. El flujo migratorio tuvo otros picos durante la Segunda Guerra Mundial, en los años posteriores y en la década del ’80, como consecuencia de la Perestroika. Sin embargo, a partir del conflicto con Ucrania, desde 2022, la movilización creció exponencialmente.
Los atractivos de Argentina son múltiples: una comunidad histórica ya afincada, la generosidad institucional, la fortaleza del pasaporte ante estándares internacionales y un tipo de cambio (en ese entonces) conveniente. Esta última ola tuvo dos particularidades: el famoso ingreso de mujeres embarazadas y la llegada de población LGBTQ en busca de refugio.
Antes de venir, la sensación de Nikolai (25) en Rusia era de peligro diario. Por un lado, debido a los discursos de odio homofóbicos instalados por el gobierno, que podían desencadenar violencia callejera. Por el otro, a causa de la movilización militar nacional para reclutar hombres jóvenes al ejército. “Mi novio sentía mucho peligro en Moscú porque, como es la capital, está todo muy controlado”, recuerda. “Pasamos un par de días pensando qué hacer y una tarde decidimos que había que salir. Al otro día, nos levantamos muy temprano y el padre de mi novio nos ayudó a salir de Rusia en auto”.
La alta demanda de pasajes hizo que subieran los precios y muchas personas decidieron cruzar caminando a Kazajistán, Uzbekistán o Georgia, pero todas las fronteras estaban colapsadas. Además, pronto llegaron militares para controlar quiénes pasaban y si debían ser reclutados. “Nosotros salimos a Bielorrusia, un país donde tampoco nos sentíamos seguros porque Lukashenko es amigo de Putin”, afirma Nikolai. “Aprovechamos para buscar pasajes accesibles, pero todos los vuelos estaban vendidos, y no tuvimos más opción que ir a Georgia, donde nos quedamos cinco meses”.
Allí comenzó a pensar en su futuro, sus estudios y trabajo, y recordó la recomendación de un amigo argentino. “Empezamos a investigar y ya había mucha información porque mucha gente rusa se había mudado a Argentina”, cuenta. “Nos preparamos bien: hicimos un pasaporte nuevo, trajimos nuestros diplomas y otros documentos importantes”. Aunque llegaron más tarde, lo hicieron bien preparados.
La salida de Dimitri (29) también estuvo motivada por la guerra. “Se debió a un momento específico: cuando Putin anunció la movilización militar para reclutar varones al ejército ruso”, asegura. “Me di cuenta de que aunque dijera que no, el gobierno podía obligarme a ir a Ucrania a matar gente. Y ese fue mi límite”. Aunque lo veían venir, no estaban preparados psicológicamente. Buscaron vuelos, pero minutos después del discurso de Putin, todo estaba reservado.
Finalmente, consiguieron uno a Uzbekistán. Durante la preparación, el mayor estrés de Dimitri fue que su madre no sabía que su “amigo” era en realidad su pareja. “Le mentí por años y, aunque me ayudó con todo, fue muy estresante”, confiesa. Al salir del país, fue interrogado por un oficial. “Me preguntó por qué viajaba, le mostré mis papeles, se los llevó y me dejó solo. No sé cuánto tiempo pasó, pero finalmente pudimos salir”.
La experiencia en Uzbekistán no fue fácil. Como Bielorrusia, es un país conservador y Dimitri y su pareja enfrentaron la misma hostilidad. Poco después se mudaron a Estambul, el único destino disponible. “No había muchas opciones”, explica. No podían ir a Europa ni querían ir a Asia. “Argentina era la mejor opción: accesible, amigable con personas LGBT y con posibilidad de residencia permanente”. Se quedaron en Estambul dos meses y en diciembre de 2022 llegaron a Argentina.
La llegada de Guzel (41) con su esposa y su hijo fue menos estresante. “Dejamos Rusia en octubre de 2022”, recuerda. “No queríamos vivir en un país que inicia guerras. Esta vez el gobierno superó incluso nuestras peores expectativas”. Conocían desde hacía años las historias de chicas que habían venido a Argentina y decidieron investigar. Les atrajo que no necesitaran visa, la buena legislación para refugiados, el clima y la gente amable. Compraron pasajes para julio, pero los pospusieron para ver a sus familias antes de irse. Su hijo, de casi siete años, debía empezar la primaria y temían por cómo sería recibido al contar que tenía dos madres. “En Rusia ya no podíamos sentirnos seguras, ni siquiera en Moscú”, lamenta.
Tanto Guzel como Nikolai y Dimitri solicitaron estatuto de refugiadxs. Para ello, deben completar un formulario, presentar un documento de identidad y asistir a una entrevista. Aunque el trámite parece simple, puede demorar años. Guzel obtuvo el reconocimiento tras tres años de espera, pero Nikolai y Dimitri aún están esperando.
A pesar de eso, encontraron en el país algo más valioso: una comunidad y la libertad de ser quienes son. “A veces me agarra tristeza”, reflexiona Nikolai. “Ver una pareja de homosexuales tomados de la mano me pone feliz y triste al mismo tiempo. En Rusia eso es inimaginable”. En cambio, Dimitri encontró acá la vida social que allá era imposible. “En Rusia todo era clandestino. Acá descubrí un sentido de pertenencia”.
Para Nikolai y Dimitri, Argentina es su destino final. Están echando raíces. Para Guzel, el futuro es más incierto. “No estamos seguras por la situación económica”, confiesa. “Mi esposa abrió un restaurante, pero ahora muchos rusos están dejando el país por la nueva ley migratoria, y ellos eran nuestros principales clientes. No sabemos qué va a pasar”.
Desde el comienzo de esta ola inmigratoria en 2022, la situación de las disidencias sexuales en Rusia siguió empeorando. En noviembre de 2023, el Tribunal Supremo prohibió el movimiento LGBT y lo declaró “una organización extremista” por incitar a la “discordia social y religiosa”. Según la legislación rusa, una organización extremista se disuelve inmediatamente, y sus líderes pueden enfrentar hasta 10 años de prisión. El diputado Vitaly Milonov, del partido gobernante, declaró: “Estoy deseando dar el siguiente paso: prohibir la bandera arcoíris. Es un símbolo de lucha contra la familia tradicional. Espero que nadie pueda mostrar esta bandera en Rusia”.